Hace unos años estuvo en boca de todos con los Panamá Papers, por allá del 2016. En la actualidad, con los Pandora Papers, se dieron a conocer poco más de doce millones de documentos que revelan la participación de cientos de políticos (retirados y actuales), empresarios, inversionistas, atletas y celebridades dentro de estas actividades fiscales que rayan el límite de la legalidad, mas no lo traspasan. ¿Por qué? Pese a evadir masivas cantidades de impuestos y ocultar sus riquezas, esta especie de “corrupción legal” son utilizadas por las grandes esferas del poder por algún motivo.
Las empresas offshore sirven para camuflar sobornos, lavar dinero y mantener fuera del radar millones y millones, pero también se podría utilizar para ocultar dinero durante un divorcio de bienes mancomunados. Estas sociedades son registradas como empresas de papel, donde pueden ocultar capital no vinculado al beneficiario directo, puesto que se crea fuera de su país de residencia. No es nada complicado hacerse de una, de hecho puede realizarse hasta en menos de una semana.
Esto se hace en países con paraísos fiscales, con un nivel muy bajo de impuestos y gran secretismo bancario. Existen aproximadamente cincuenta países que permiten prácticas de este tipo, entre los que destacan Islas Bermudas, Chipre, Países Bajos, Luxemburgo, entre muchos otros. Mientras, estas naciones toman el beneficio de añadir más ganancias para sus bancos, del cual pasará a engrosar al Estado al cobrar estos impuestos. Pese a que sigue siendo un porcentaje bajo, obtienen varias cuentas de ese estilo de gente muy poderosa e influyente.
Así, por ejemplo, si alguien quiere hacer una sociedad offshore en Panamá y quiere ocultar un millón de dólares, solo lo que tendría que invertir sería la tasa anual de mantenimiento de la cuenta, lo cual ronda entre los dos mil dólares, es decir, el 0,2% de la cantidad anterior. Además de este atractivo de mínimos intereses, se sabe que este método es completamente legal. De esta manera se pueden ocultar de 5.6 hasta 32 billones de dólares, ni siquiera es posible conocer la cantidad exacta, debido a toda la composición de la estructura.
No es necesario registrar el origen del dinero, las cuentas no son auditadas y los bancos donde está acumulado el capital no están obligados a compartir información con otras empresas ni gobiernos extranjeros. Tampoco se registra el cliente de manera pública, ya que, desde que la compañía se ha creado en papel, es una compañía ficticia y en ella se posicionan a directores y accionistas que no tienen relación alguna con el verdadero dueño.
Al ser revisada, esta invención luce como una organización controlada por otra compañía, que a su vez estará controlada por otra en un país distinto, la misma que está controlada por medio de otra empresa en otra nación totalmente azarosa. Así, hasta el infinito, como parte de un enredo intencional para que nunca se descubra al verdadero heredero. Con un manejo de este estilo, los encargados se aseguran de generar mayores ganancias al dueño y no al gobierno que exige impuestos de estos montos gigantescos.
Hay íconos famosos que se han dedicado a ocultar grandes cantidades de dinero a partir de este método. No obstante, es propio añadir también que en algunas ocasiones esto ayuda a criminales de cuello blanco o a narcotraficantes, para ocultar aquello proveniente de corrupción y otras acciones cuestionables. Aunque las empresas offshore también pueden ser herramientas para fines más cotidianos, pues hay inversores y gente de mejor posición económica que las usa para tener cuentas en los países a donde acostumbran a viajar. Hay países donde tener paraísos fiscales es totalmente legal, porque en papel es legal que cualquiera tenga una empresa en el extranjero. La desventaja es que sus mismas libertades la hacen la candidata perfecta para el ahorro de las actividades ilícitas. Sobre todo de esas cifras que no son declaradas ante el gobierno con anterioridad a que salgan del país, por aquello de la evasión de impuestos. Esto vuelve a las sociedades offshore la opción perfecta para el secretismo y la confidencialidad, de ahí su merecida mala fama.